Probablemente el más completo documento sobre el mundo de la droga que se haya visto nunca en el cine. Desde todos los ámbitos, cada uno con su correspondiente color de fondo.
En azul, les presentamos a los políticos y a las víctimas, todo en el mismo pack. Porque a un político también le puede tocar en su propia casa vivir el drama; es más, no es difícil que pase. Papá está todo el día por ahí arreglando el mundo, montado en su avión junto con un gran equipo de trabajo, organizando duras campañas contra el narcotráfico, y mientras, el nene o la nena de papá se están poniendo hasta el culo de coca, caballo, crack o lo que le echen. Papá es Michael Douglas y está, como siempre, imponente.
En amarillo casi sepia, los cárteles que mueven el negocio. El policía mexicano que cobra una mierda al mes y se saca un sobresueldo haciendo trabajitos para los grandes señores de la droga. Imposible luchar contra ellos, si desaparece uno, aparecen 3. La corrupción, la lucha entre bandas, los niños en la calle, sin futuro, sin un triste campo de béisbol donde desfogar, expuestos a terminar siendo carne de cañón y haciendo el trabajo sucio para los narcos. Ahí está Benicio del Toro: Oscar, Globo de Oro, BAFTA, etc etc., por este trabajo. Impecable, perfecto, rotundo.
Por fin, a todo color, tenemos el glamour a este lado de la frontera. Los distribuidores, los elegantes propietarios de inmensas mansiones, con sus deportivos en la puerta, sus hermosas mujeres en casa, sus familias impolutas… Respetables hombres de negocios que jamás se manchan las manos porque para eso tienen un ejército de abogados y matones que les protegen a ellos y a los suyos y blanquean convenientemente su dinero dándole brillo y esplendor. Y ahí está ella, Catherine Zeta-Jones, preciosa, implacable, dispuesta a todo por salvar su mundo de cristal. Ellos nunca caen, son invencibles, y mientras la droga sea el gran negocio que es y siga moviendo la pasta gansa que mueve, siempre estarán ahí. Intocables.
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