martes, 2 de octubre de 2012

Doce del patíbulo, by Robert Aldrich

Por qué para una misión bélica importantísima, en lugar de mandar expertos soldados profesionales, un general decidiría montar un comando de presidiarios de alto standing delictivo, algunos de ellos bastante taradetes, con el fin de adiestrarlos y convertirlos en auténticos hombrecitos de pro? Es que en mitad de una guerra mundial los altos mandos no tienen nada mejor que hacer que ponerse a jugar a los reality shows?

Y por qué esos presidiarios, en lugar de aliarse e idear un plan de fuga para escapar a una muerte bastante probable, deciden ser buenos y cumplir la misión que les han encomendado?

Al principio de la película un oficial le dice al Mayor encargado de los 12: "en cualquier momento uno de ellos le matará". Bueno, es lógico, es lo que haría cualquiera, teniendo en cuenta que la mitad están condenados a muerte y la otra mitad a cadena perpetua, y que les ofrecen una oportunidad única para escapar y ser libres. Y lo cierto es que a lo largo de la película no se nos da ninguna razón medianamente convincente para no hacerlo.

En definitiva, que 12 criminales de alta peligrosidad son más maleables que un grupo de niños de parvulario. Vamos, tan tan maleables que prefieren arriesgar sus vidas en una misión en defensa del país que los ha condenado a muerte a salir corriendo y escapar. Bueno, pues este argumento absurdo ha conseguido convertirse en un clásico de prestigio universal.

En fin, a esta rocambolesca historia la salva el inigualable elenco de actores que trabajan en ella. De todos ellos yo destacaría a Lee Marvin, que hace de jefe pero que además se come la pantalla con su potente presencia, muy por encima de todos los demás. Y de los 12 patibularios me quedo con el siempre inquietante Charles Bronson y con un John Cassavetes cuyo intenso atractivo personal dota a su personaje de un fuerte magnetismo casi animal.

En definitiva, otro clásico a la basura. Ya sé que esta crítica levantará ampollas entre sus numerosísimos fans, pero es lo que hay. Una tontería es una tontería, la firme un tal Aldrich o la firme Pepito López.  Y al que le duela esta cruel verdad que se tome un nolotil y se acueste.

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