domingo, 26 de mayo de 2013

Wonderland, by Michael Winterbottom


Una ciudad. Una familia. Unas hermanas. Gente que se quiere y gente que se odia. Amarguras. Esperanzas. Decepciones. Noches de soledad. Lágrimas en un autobús nocturno. Sexo sin amor. Odio con sexo. Finales agridulces. Niños tristes. Perros que ladran demasiado. Personas que sufren... y lo mejor de todo, Alicia naciendo.

Hasta aquí todo perfecto. Es el tipo de película que a mí me vuelve loca: guión sencillo, gente normal, como tú y como yo a la que le pasan cosas normales, que me suenan, ratos buenos, ratos malos, risas, lágrimas, amor, sexo, odio, trabajo, soledad... Mi peli de diez, en definitiva.

Pero claro, entonces llega mi amigo Michael Winterbottom y, como su propio nombre indica, le da al botón de invierno, todo se enfría y aparece la puta estética videoclip. Y entonces esa cámara maníaco-psicótico-compulsiva empieza a dar saltos, para arriba, para abajo, para delante, para atrás, el pino puente, vuelta de campana, triple salto mortal, temblores, convulsiones, una secuencia desquiciada, una moto que aparece y desaparece, caras que vienen y que van, psicodelia total... Y yo desolada: por qué haces esto, Michael. A qué viene. Lo estabas haciendo tan bien. Por qué, chico, por qué tenías que estropearlo. Y una lágrima recorre mis mejillas. Qué corte de rollo, qué anticlímax, qué putada, Michael.

No hay comentarios:

Publicar un comentario