"Gordos" es una película tan grasienta y estomagante como la mayoría de sus personajes. Es más, no tenía nada contra los gordos hasta que la vi y decidí que o ser gordo es sinónimo de ser imbécil o eso es al menos lo que piensa Daniel Sánchez Arévalo.
La promoción de este filme estuvo inevitablemente ligada a los impresionantes cambios de peso de su protagonista principal, Antonio de la Torre. Prensa, televisión, radio... todos los medios, se volcaron en mostrarnos a de la Torre en su delirante proceso artístico-estético: gordísimo, gordo, menos gordo, casi normal, normal y delgado. Plan reality-show. Y no digamos ya después del estreno; entrevistas, reportajes, debates... y sí, tal como era de prever, detrás no había mucho más.
Una serie de historias ridículas, con personajes igualmente ridículos, todos ellos preocupados hasta la obsesión por su peso, su aspecto y sus medidas. Problemas sobredimensionados, tópico tras tópico, personajes estereotipados e interpretaciones desbordadas; principalmente de la Torre, que parece que después del esfuerzo físico del engorde-adelgace decidió que ya había hecho bastante y que hasta ahí había llegado.
Sinceramente, no merece la pena jugarse el pellejo y la salud ni para representar a un personaje tan absurdo y poco interesante como el suyo ni para colaborar en una película tan estúpida y llena de lugares comunes. Supongo que lo hizo soñando con cienes de premios por su inusitado sacrificio personal, el Goya entre ellos; me alegro de que no se lo dieran. Ser actor es mucho más que hacer todas las gilipolleces que te pida un director para dar vida a sus delirios; luego además hay que actuar.
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