Mi primer contacto con Jane Eyre fue a través de una película para televisión en la que Rochester era interpretado por George C. Scott y Jane por Susannah York. Yo era muy pequeña pero recuerdo que la historia me encantó y se me quedó grabada durante años. Más tarde tuve la ocasión de ver la versión de Robert Stevenson con Orson Welles y Joan Fontaine en los papeles principales, y me gustó más, si cabe.
Las dos tienen una cualidad en común: en ambas el personaje de Rochester es interpretado por un actor de presencia imponente y a la vez aterradora, sobre todo en el inicio de la relación, una especie de ogro inhumano muy similar al de otra historia de parecido desarrollo argumental: “La bella y la bestia”. Curiosamente vi hace unos años una versión de este cuento protagonizada también por George C. Scott.
El caso es que en mi mente ya para siempre Rochester tendrá la cara de este actor, del mismo modo que por muchas versiones que pueda ver de “Cumbres borrascosas”, para mí Heathcliff siempre será Laurence Olivier y Cathy la guapísima Merle Oberon. Es lo que tiene quedarse marcado por una historia en la más tierna infancia.
A mí las historias de las hermanas Brontë me han fascinado toda la vida. Es cierto que no las he leído (las tengo pendientes, como tantas otras lecturas) pero he visto tantas versiones de ellas que casi podría recitar muchos de sus diálogos de memoria. Me encantan los ambientes, los paisajes de la adusta campiña inglesa, las mansiones señoriales en las que transcurre la acción, sus apasionadas historias de amor… De hecho me fascinan las mismísimas Brontë; he leído muchísimo sobre sus vidas y siempre me las he imaginado encerradas en su enfermizo y claustrofóbico mundo fantaseando con grandes amores y evadiéndose de su triste realidad a través de la escritura.
Por todo ello no podía perderme tampoco esta versión de Cary Fukunaga, pero tengo que reconocer que algo me ha decepcionado. Tal vez el hecho de que el actor protagonista sea esa especie de chulazo apolíneo que es Michael Fassbender, que no me convence en el papel. No da miedo, no impone, no resulta feroz ni repulsivo en un principio; al revés, cualquier institutriz, peluquera, camarera, recepcionista, bombera o bibliotecaria babearía sin dudar si se lo encontrara en mitad de una tormenta en pleno bosque, como se lo encuentra la pobre Jane. Y claro, ahí empieza a fallarme la historia y me llevo el chasco. Rochester no puede ser un primor de hombre, igual que Jane no podría ser jamás una exuberante Penélope Cruz. Jane sólo puede ser una belleza lánguida, pálida, frágil, delicada, apenas perceptible, casi oculta. Por ejemplo, Mia Wasikowska es perfecta para el papel y lo hace genial.
No digo que en mi decepción no influya el hecho de tener ya una idea preconcebida muy marcada de esta historia, o también que tengo una edad mucho menos impresionable que las otras veces que la vi, pero lo cierto es que, pese a que el guión es totalmente fiel a lo que recuerdo y la ambientación y el vestuario irreprochables, no me ha terminado de convencer. Demasiada belleza masculina para mi gusto. Aunque dice una amiga mía que cuando Fassbender enseña el rabo sí que da miedo. Wawwwwww, qué visión acabo de tener, madre mía!
Las dos tienen una cualidad en común: en ambas el personaje de Rochester es interpretado por un actor de presencia imponente y a la vez aterradora, sobre todo en el inicio de la relación, una especie de ogro inhumano muy similar al de otra historia de parecido desarrollo argumental: “La bella y la bestia”. Curiosamente vi hace unos años una versión de este cuento protagonizada también por George C. Scott.
El caso es que en mi mente ya para siempre Rochester tendrá la cara de este actor, del mismo modo que por muchas versiones que pueda ver de “Cumbres borrascosas”, para mí Heathcliff siempre será Laurence Olivier y Cathy la guapísima Merle Oberon. Es lo que tiene quedarse marcado por una historia en la más tierna infancia.
A mí las historias de las hermanas Brontë me han fascinado toda la vida. Es cierto que no las he leído (las tengo pendientes, como tantas otras lecturas) pero he visto tantas versiones de ellas que casi podría recitar muchos de sus diálogos de memoria. Me encantan los ambientes, los paisajes de la adusta campiña inglesa, las mansiones señoriales en las que transcurre la acción, sus apasionadas historias de amor… De hecho me fascinan las mismísimas Brontë; he leído muchísimo sobre sus vidas y siempre me las he imaginado encerradas en su enfermizo y claustrofóbico mundo fantaseando con grandes amores y evadiéndose de su triste realidad a través de la escritura.
Por todo ello no podía perderme tampoco esta versión de Cary Fukunaga, pero tengo que reconocer que algo me ha decepcionado. Tal vez el hecho de que el actor protagonista sea esa especie de chulazo apolíneo que es Michael Fassbender, que no me convence en el papel. No da miedo, no impone, no resulta feroz ni repulsivo en un principio; al revés, cualquier institutriz, peluquera, camarera, recepcionista, bombera o bibliotecaria babearía sin dudar si se lo encontrara en mitad de una tormenta en pleno bosque, como se lo encuentra la pobre Jane. Y claro, ahí empieza a fallarme la historia y me llevo el chasco. Rochester no puede ser un primor de hombre, igual que Jane no podría ser jamás una exuberante Penélope Cruz. Jane sólo puede ser una belleza lánguida, pálida, frágil, delicada, apenas perceptible, casi oculta. Por ejemplo, Mia Wasikowska es perfecta para el papel y lo hace genial.
No digo que en mi decepción no influya el hecho de tener ya una idea preconcebida muy marcada de esta historia, o también que tengo una edad mucho menos impresionable que las otras veces que la vi, pero lo cierto es que, pese a que el guión es totalmente fiel a lo que recuerdo y la ambientación y el vestuario irreprochables, no me ha terminado de convencer. Demasiada belleza masculina para mi gusto. Aunque dice una amiga mía que cuando Fassbender enseña el rabo sí que da miedo. Wawwwwww, qué visión acabo de tener, madre mía!
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