jueves, 17 de marzo de 2011

Ted Bundy, by Mathew Bright

No sé, a mí a ratos me parecía estar viendo a Alfredo Landa ligando en cualquier playa del mediterráneo. He estado leyendo cosas de este personaje, realmente fascinante, como casi todos esos seres cuya psique escapa a nuestra comprensión, y pienso que tiene tanto potencial cinematográfico e incluso literario, que no me puedo creer que a lo más que se haya llegado sea a plantear este bodrio, simplón, ramplón y tópico donde los haya.

No me gustaría pecar de cruel y poco empática, pero... francamente, viendo la clase de tías completamente absurdas y gilipollescas que constituye al ramillete de víctimas del psicópata, a una no le extraña nada que alguien se pueda dar al asesinato en serie. Indagar en la mente de un asesino en serie constituye una de las ambiciones cinematográficas más pretenciosas que se pueden plantear; muy pocos directores salen bien de tan emblemática prueba, y desde luego, éste no es uno de ellos.

El protagonista es como de cartón piedra, igual que toda la historia. He visto más profundidad y más amplitud de miras en los ojos de un hamster que en todo este interminable circuito de capullez.

En fin, supongo que de todo tiene que haber en la viña del señor. Realmente es más un problema mío; no sé quién me manda ponerme a ver estas cosas, que ya de entrada echan el tufillo que echan.

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